sábado, 9 de febrero de 2013

Verlo con tus propios ojos


 Lucas 2:25-32

 “Y he aquí había en Jerusalén un hombre llamado Simeón, y este hombre, justo y piadoso, esperaba la consolación de Israel; y el Espíritu Santo estaba sobre él.  Y le había sido revelado por el Espíritu Santo, que no vería la muerte antes que viese al Ungido del Señor.  Y movido por el Espíritu, vino al templo. Y cuando los padres del niño Jesús lo trajeron al templo, para hacer por él conforme al rito de la ley,  él le tomó en sus brazos, y bendijo a Dios, diciendo:  Ahora, Señor, despides a tu siervo en paz,  Conforme a tu palabra;  Porque han visto mis ojos tu salvación,   la cual has preparado en presencia de todos los pueblos;  luz para revelación a los gentiles, y gloria de tu pueblo Israel”.

El viejito Simeón pasó toda una vida esperando al Mesías, el Salvador del mundo, y su propósito en la vida tuvo un final feliz, porque tuvo el privilegio de tener en sus brazos al niño que, hecho un hombre  

 iba a salvar al mundo de las consecuencias de sus pecados. 

Si uno le pone atención a la expresión de Simeón, es difícil no conmoverse, y más por la forma en que el médico amado la dejó escrita para la posteridad. Son las palabras que salen de un corazón que siente que su vida tuvo sentido porque se cumplieron las expectativas con creces. Y es que además, una vida bien vivida trae paz al alma. Quien vive así, al final de su jornada puede decir como Simeón: "ya puedes despedir a tu siervo en paz". 

De la expresión de Simeón se puede inferir también algo que es poderosamente llamativo, que en relación con el Salvador se debe ir más allá del mero conocimiento teológico o conceptual; que se puede -y se debe- tener una experiencia personal con el Mesías: "han visto mis ojos tu salvación". Esta relación personal es lo que marca la diferencia tanto a nivel personal, como a nivel de la sociedad. Es como el dice el dicho: "que no nos metan cuento", hay que verlo con nuestros propios ojos. 

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