En su discurso acerca de los dones
espirituales en Romanos 12:3-8, el
Apóstol Pablo, usando la analogía del cuerpo físico, dijo:
“Digo,
pues, por la gracia que me es dada, a cada cual que está entre vosotros, que
no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí
con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno. Porque de
la manera que en un cuerpo tenemos muchos miembros, pero no todos los miembros
tienen la misma función, así nosotros, siendo muchos, somos un cuerpo en
Cristo, y todos miembros los unos de los otros. De
manera que, teniendo diferentes dones, según la gracia que nos es dada, si el
de profecía, úsese conforme a la medida de la fe;
o si de servicio, en servir; o el que enseña, en la enseñanza; el que exhorta,
en la exhortación; el que reparte, con liberalidad; el que preside, con
solicitud; el que hace misericordia, con
alegría”.
Todos tenemos funciones diferentes y, consecuentemente, dones
diferentes que nos ayuda a cumplir esas
funciones. Nuestros dones siempre son consistentes con nuestras funciones.
La Iglesia que estableció el Señor
Jesucristo es aquella institución integrada por fieles dispuestos a servir y no
ser servidos. Es una institución que funciona como un cuerpo –en armonía- y donde el Señor
Jesucristo es la única cabeza. Es una congregación de hermanos compartiendo juntos
una vida en común y usando nuestros
dones espirituales para servirnos el uno al otro; apoyándonos mutuamente el uno
al otro en la fe.
Si vemos a la Iglesia como una
empresa espiritual comprometida a llevar a cabo la Gran Comisión de Cristo de
hacer discípulos en todas las naciones somos llamados por Dios a ser un equipo
de socios dedicados y activamente envueltos en este esfuerzo. Ya sea ayudando a
hacer crecer el cuerpo de Cristo o alcanzando a aquellos que aún no tienen a
Cristo, cada uno de nosotros tenemos una función que cumplir, y hemos recibido
los dones necesarios para cumplirla.
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