La tarea básica de la iglesia es enseñar sana doctrina. No es
la de expresar las opiniones de un
pastor, recitar ilustraciones
desgarradoras que juegan con las emociones, recaudar fondos, presentar
programas y entretener a la gente o dar devocionales semanales. En Tito 2:1 el Apóstol Pablo
escribe: “Pero tú habla lo que está de
acuerdo con la sana doctrina”.
Si queremos que la
Iglesia de Cristo Jesús este protegida contra las falsas doctrinas,
los
ancianos que la dirigen deben ser fieles en enseñar sana doctrina. Otras muchas
cosas son buenas, pero no son prioritarias. Como ministro de Jesucristo, soy
primero y ante todo responsable ante Dios por la pureza de la Iglesia
y su protección contra las
falsas doctrinas. Todos los ministros
del evangelio tendrán que responder ante
Cristo por la fidelidad con que
protegieron y alimentaron al rebaño.
Estos son algunos de
los pasajes que desafían la predicación bíblica:
2 Timoteo 1:13-14: “Reten
la forma de las sanas
palabras que de mí oíste, en la fe y
amor que es en Cristo Jesús. Guarda en buen deposito por el Espíritu Santo que
mora en nosotros”. La palabra forma implica que la instrucción regular en la
Iglesia debe ser la enseñanza de la sana doctrina.
2 Timoteo 2:1-2: Tú, pues, hijo mío, esfuérzate en la gracia
que es en Cristo Jesús. Lo que has oído de mí antes muchos testigos, esto
encarga a hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a otros”. El
pastor enseña a su congregación la sana
doctrina a fin de que ellos se la puedan enseñar a otros.
2 Timoteo 2:15: “Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que
no tiene de qué avergonzarse, que usa
bien la palabra de verdad”. El ministerio eficaz se centra en la enseñanza de
la doctrina, y la clave es el estudio diligente.
2 Timoteo 4 1-2: “Te encarezco delante de Dios y del Señor
Jesucristo, que juzgara a los vivos y a los muertos en su manifestación y en su
reino, que prediquen la palabra; que insten a tiempo y fuera de tiempo;
redarguyen, reprendan, exhorten con toda paciencia y doctrina”.
Así, pues, el ministerio de la Iglesia es simple: Enseñar
sana doctrina. La única manera en que
podemos agradar al Señor y obedecer al Espíritu es predicar según el modelo de
los primeros evangelistas.
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